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Encinares (Quercus
ilex)
Introducción a los encinares
Estructura
y tipos de encinares
Alcinares
y encinares cantábricos
Encinares
interiores
Encinares
termomediterráneos y situación actual de los encinares
Introducción
a los encinares
Los encinares (Quercus ilex)
son los bosques
más característicos del bioma mediterráneo, aunque a lo largo de la
historia han sufrido importantes modificaciones debido a la acción del
ser humano, de tal forma, que los actuales encinares, en realidad, son
islas y mosaicos, testigos de una época anterior. Deberían dominar el
mapa forestal de la península Ibérica (muchos autores piensan que
tendrían que ocupar más de las tres cuartas partes de la península),
pero actualmente sólo se conserva un 10% de su espacio potencial, y de
ese reducido porcentaje, la mayor parte corresponde a encinares
degradados o encinares transformados en dehesas. En la actualidad es
muy difícil encontrar bosques vírgenes o al menos seminaturales, sólo
se mantienen pequeños encinares situados en zonas rocosas de difícil
acceso para el ser humano (Blanco et al, 1997).
Pero a pesar de la gran presión humana, la encina continúa teniendo una
amplia distribución en España y en gran parte de la región
Mediterránea. Sólo falta en el sureste de la península, debido a la
aridez y el tipo de suelo; en áreas con un clima muy continental; en
áreas alteradas por el ser humano; y en áreas en donde la encina es
sustituida por otras especies, como la sabina, que está mejor adaptada
a la continentalidad, el alcornoque, que se desarrolla mejor que la
encina en áreas con suelos ácidos y con altas precipitaciones, o el
pino carrasco, que sustituye al encinar en áreas calcáreas del levante
(Rubio, 1989).
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Encina (Quercus ilex subsp. balllota) con
forma achaparrada de gran tamaño, situada
en la Cuesta del Llano, en el
borde de la alcarria de Iriépal (Guadalajara, España).
Fotografía de
Alberto Díaz, 2015.
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En la península Ibérica existen
dos variedades de encinas: la
encina
o carrasca (Quercus
ilex subsp. balllota = Quercus
ilex subsp. rotundifolia) y la alzina (Quercus
ilex subsp. ilex). Aunque
algunos autores como
Casildo Ferreras (1987) consideran que son dos especies distintas
(Quercus ilex y Q. rotundifolia).
La encina (Quercus
ilex subsp. rotundifolia) tiene
la hoja más
ancha que la alzina y resiste mejor que ésta la sequedad y los
contrastes térmicos (Ferreras et al, 1987). La encina o carrasca es un
taxón muy poco exigente a nivel climático, a nivel de humedad y a nivel
edáfico, por lo que aparece en casi toda la península salvo en áreas
extremadamente áridas, y en áreas de alta montaña en donde los bosques
de encinas o carrascales son sustituidos por pinos, quejigos,
melojos... Además, posee una gran capacidad de expansión y regresión, y
resiste, aunque con problemas, los ataques antrópicos (Blanco et al,
1997).
La alzina (Quercus
ilex subsp. ilex) tiene la hoja
más estrecha y
requiere más humedad ambiental y más precipitaciones que la encina. Se
aleja de áreas con climas contrastados o continentales, y por ello,
tiende a situarse en áreas bajas cercanas a la costa y en relieves
sublitorales (principalmente en las vertientes orientadas hacia el
mar). Principalmente aparece en la costa catalana, y en las sierras de
las islas Baleares, aunque sólo en Menorca y Mallorca (Ferreras et al,
1987; Blanco et al, 1997).
Entre estas dos subespecies aparecen taxones intermedios e híbridos
en
áreas de contacto, principalmente en el este de la península y en la
cordillera Cantábrica, sobretodo en el área de Liébana (Ferreras et al,
1987; Blanco et al, 1997).
Las encinas son muy características, aun así, para poder identificarlas
se recomienda usar esta pequeña guía de robles de la
península Ibérica.
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Hojas y frutos (imagen superior izq. y drcha.), flores masculinas (imagen izq. e
imagen centro) y tronco de
encina (imagen derecha).
Fotografías de
Alberto Díaz, 2016.
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La encina, en general, es una especie con una gran amplitud ecológica y
es capaz de aparecer en situaciones climáticas y edáficas muy
diferentes. Puede desarrollarse desde el nivel del mar hasta los 2.000
metros de altitud. Dentro de la península Ibérica, aparece en climas
oceánicos y continentales (Rubio, 1989).
A nivel climático,
las especies que constituyen el encinar, y la propia
encina, deben estar adaptados a las singularidades del clima
mediterráneo: frío invernal, irregularidad en la distribución de las
precipitaciones, falta de lluvias y un periodo máximo de sequía que
coincide con las mayores temperaturas del año.
- Las hojas de los árboles y arbustos presentan cutículas gruesas
(capas cerosas del exterior de la planta) para reducir al máximo las
pérdidas de agua durante los periodos secos. Los estomas se concentran
en el envés de las hojas, en ocasiones en cavidades, y generalmente
suelen presentarse capas de pelos, escamas o ceras que reflejan la luz
solar reduciendo el calentamiento.
- Las hojas de las encinas presentan una baja eficacia fotosintética a
pesar de tener altos niveles de clorofila. Sus hojas contienen el doble
de la clorofila que necesitan y la absorción clorofílica se realiza
independientemente por ambas caras. Esto conlleva una menor capacidad
de absorción de luz por parte de estos bosques, al verse incrementada
la reflexión de la copa, por ello los encinares presentan
aproximadamente el doble de superficie foliar que los hayedos. Esta
adaptación es importante si tenemos en cuenta la gran luminosidad de
los climas mediterráneos.
- En las encinas las hojas externas están más lobuladas y son más
pequeñas, para ayudar a la refrigeración y facilitar el intercambio de
calor dentro de la planta. Las hojas del interior del árbol, por lo
contrario, son más redondeadas, su borde es entero y tienen un menor
recubrimiento aislante.
- Otra importante adaptación de la encina y de algunas de las plantas
acompañantes (coscoja, madroño, labiérnago…) es que son capaces de
controlar eficazmente el cierre de sus estomas. Al principio del día
cuando no hace excesivo calor su actividad fotosintética es intensa,
mientras que al mediodía se produce un cierre generalizado de los
estomas para reducir al máximo las pérdidas de agua durante las horas
más calurosas.
- Asimismo a lo largo del año la hoja perenne esclerificada permite
ajustar el periodo vegetativo a los momentos más favorables del ciclo
climático anual. A lo largo del año estas plantas almacenan nutrientes
en ciertas partes para que luego sean consumidos durante las estaciones
desfavorables. En la encina, las hojas son muy ricas en nitrógeno y en
menor grado en fósforo y potasio, y la madera y la corteza son muy
ricas, sobretodo en calcio.
- Las plantas mediterráneas están bien adaptadas al frío invernal. La
encina puede soportar fríos superiores a -25ºC sin sufrir lesiones. El
acebuche, el alcornoque, el lentisco y la coscoja se resienten con
temperaturas inferiores a -15ºC, aunque los más termófilos como el
mirto, el algarrobo o la adelfa no toleran temperaturas por debajo de
los -5Cº.
- También, gracias a sus hojas y a su sistema radicular, la encina
también está muy adaptada a la sequía y a las altas precipitaciones, ya
que puede desarrollarse con tan sólo 400 mm. anuales, y aguanta más de
1.000 mm. si el suelo tiene un buen drenaje.
Además del clima, a nivel
edáfico, las encinas (y las plantas de su
sotobosque) también están muy bien adaptadas a diversas situaciones
edáficamente adversas, y pueden hacer frente a la escasez de nutrientes
de los suelos en los que se desarrollan. Aún así, la encina prefiere
suelos básicos (preferiblemente calizos), aunque también está presente
sobre sustratos silíceos, ácidos (Rubio, 1989). El sistema radical de
las encinas es muy potente y profundo (por ello retiene muy bien el
suelo), y posee raíces superficiales desde las que puede rebrotar
(Blanco et al, 1997).
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Pequeñas encinas rebrotando de cepa. Encinar cercano a la urbanización
de
El Bosque, en Villaviciosa de odón (Madrid). Fotografía de Alberto
Díaz, 2015.
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Continúa en la siguiente
página con la estructura
de los encinares...
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